3 Y sepamos que seremos escuchados, no por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y compunción de lágrimas. 4 Por eso la oración debe ser breve y pura, a no ser que se prolongue por un afecto inspirado por la gracia divina. 5 pero en comunidad abréviese la oración en lo posible, y cuando el superior dé la señal, levántense todos juntos.
Nuestro Padre San Benito nos enseñó el arte de orar. Él, persona realista, advierte que observemos lo que ocurre en la vida social: ante una persona poderosa, de quien se solicita atención, se observan normas de humildad y reverencia, y deduce: “¡cuánto más ante el Señor de todo no nos vamos a presentar con toda humildad y devoción!” Estas son las formas externas. Las acompaña un corazón puro y lavado en lágrimas de compunción.
La pureza es el fin de la vida monástica. La constituyen las actitudes que se desprenden de la respuesta que recibe el salmista que pregunta: “¿Quién habitará en el monte del Señor?” Y le responden: “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo, ni difama al vecino, el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente…(Salmos 14 y 23)

San Benito retomará el concepto de oración pura al final del capítulo: recoge la tradición de los padres del monacato.Viene a ser como el sustrato espiritual de quien está pendiente del Señor amado sobre todas las cosas.
También el salmista se lamenta de que “las lágrimas son su pan día y noche”, pues desea entrar a ver el rostro de Dios. Son lágrimas provocadas por un deseo vehemente de estar con Él o por el contraste del infinito amor de Dios y los límites humanos.
Así, pues, no muchas palabras, sino un corazón puro y contrito: este es el tono espiritual en la escuela del servicio divino de San Benito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escríbenos y dinos qué opinas de la entrada