Las monjas, con María decimos: Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.
El
Señor -dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no
hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo
del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del
alma en acción de gracias y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi
inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene
fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi
salvador.
“San Beda el Venerable”
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