La fraternidad es un
sentimiento natural que lleva a una relación que crea vínculos de afecto y
amistad con los semejantes. Mas la fraternidad no tiene sus límites en la mera
filantropía.
Jesús nos reveló nuevas dimensiones que nos permiten
comprender los vínculos de hermandad que Dios ha querido para sus hijos, los
hombres.
Jesús insiste en la fraternidad entre todos; lo expresó
gráficamente en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37).
¿Cuál es su fundamento?
El amor que Dios tiene a cada persona: “El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: Ama a
tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres. Y el segundo
mandamiento en importancia es parecido a ése, y dice así: Cada uno debe amar a
su prójimo como se ama a sí mismo” (cf Mt 22,36-40). El amor al hermano es
la respuesta al amor de Dios. El amor a Dios ilumina y purifica la fraternidad.
Ésta es la manifestación comunitaria de ese amor y el criterio para discernir
su autenticidad.
La fraternidad encuentra su expresión en las comunidades
primitivas cristianas: comunión de corazones y bienes. La fraternidad se fue
condensando de manera particular en la vida de los monjes. La espiritualidad
del monaquismo se resumía en una fórmula: los monjes viven la vida apostólica,
es decir, vida a semejanza de los apóstoles y de la primitiva comunidad de
Jerusalén.
En la tradición monástica, la fraternidad encuentra en el
abad a un padre común que coordina la vida de los monjes de modo que los
fuertes se sientan estimulados a dar más y los débiles no se retraigan ni se
desanimen.
¿Tiene algo especial que
decirnos acerca de ello la vida monástica benedictina? Nuestra vida es
cenobítica, señalada fuertemente por una unión fraterna y comunitaria. San
Benito nos delinea en el capítulo 72 de su Regla el trato que debe caracterizar
la convivencia de sus monjes:
-Adelántense para
honrarse unos a otros (v 4).
-Tolérense con suma
paciencia sus debilidades ((v 5)
-Obedézcanse unos a
otros a porfía (v 6).
-Nadie busque lo
que le parece útil para sí, sino más bien para el otro (v 7).
-Practiquen la
caridad fraterna constantemente (v 8).
-Teman a Dios con
amor (v 9).
-Amen a su abad con
una caridad sincera y humilde.
-Nada absolutamente
antepongan a Cristo (v 11).
En la vida fraterna radica el principal testimonio puesto
que es la forma de hacer presente la salvación de Jesucristo que posibilita la
comunión fraterna entre los hombres; y ésta es la más alta vocación del hombre:
entrar en comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos.
Además,
la paz y el gozo de estar juntos es uno de los signos del Reino de Dios. La
alegría de vivir, aún en medio de las dificultades en el camino humano y
espiritual, forma parte del Reino. Esta alegría es fruto del Espíritu. Una
fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga. Sus miembros buscarán
en otra parte lo que no pueden encontrar en casa. Una fraternidad donde abunda
la alegría es un verdadero don de lo alto cumpliéndose por ello las palabras
del salmo: “Ved que qué delicia y qué
hermosura es vivir los hermanos unidos”
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