miércoles, 22 de julio de 2015

La fraternidad en el Monasterio

La fraternidad es un sentimiento natural que lleva a una relación que crea vínculos de afecto y amistad con los semejantes. Mas la fraternidad no tiene sus límites en la mera filantropía.
            Jesús nos reveló nuevas dimensiones que nos permiten comprender los vínculos de hermandad que Dios ha querido para sus hijos, los hombres.
            Jesús insiste en la fraternidad entre todos; lo expresó gráficamente en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37).
            ¿Cuál es su fundamento?  El amor que Dios tiene a cada persona: “El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres. Y el segundo mandamiento en importancia es parecido a ése, y dice así: Cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo” (cf Mt 22,36-40). El amor al hermano es la respuesta al amor de Dios. El amor a Dios ilumina y purifica la fraternidad. Ésta es la manifestación comunitaria de ese amor y el criterio para discernir su autenticidad.


            La fraternidad encuentra su expresión en las comunidades primitivas cristianas: comunión de corazones y bienes. La fraternidad se fue condensando de manera particular en la vida de los monjes. La espiritualidad del monaquismo se resumía en una fórmula: los monjes viven la vida apostólica, es decir, vida a semejanza de los apóstoles y de la primitiva comunidad de Jerusalén.
            En la tradición monástica, la fraternidad encuentra en el abad a un padre común que coordina la vida de los monjes de modo que los fuertes se sientan estimulados a dar más y los débiles no se retraigan ni se desanimen.
¿Tiene algo especial que decirnos acerca de ello la vida monástica benedictina? Nuestra vida es cenobítica, señalada fuertemente por una unión fraterna y comunitaria. San Benito nos delinea en el capítulo 72 de su Regla el trato que debe caracterizar la convivencia de sus monjes:
            -Adelántense para honrarse unos a otros (v 4).
            -Tolérense con suma paciencia sus debilidades ((v 5)
            -Obedézcanse unos a otros a porfía (v 6).
            -Nadie busque lo que le parece útil para sí, sino más bien para el otro (v 7).
            -Practiquen la caridad fraterna constantemente (v 8).
            -Teman a Dios con amor (v 9).
            -Amen a su abad con una caridad sincera y humilde.
            -Nada absolutamente antepongan a Cristo (v 11).
            En la vida fraterna radica el principal testimonio puesto que es la forma de hacer presente la salvación de Jesucristo que posibilita la comunión fraterna entre los hombres; y ésta es la más alta vocación del hombre: entrar en comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos.
            Además, la paz y el gozo de estar juntos es uno de los signos del Reino de Dios. La alegría de vivir, aún en medio de las dificultades en el camino humano y espiritual, forma parte del Reino. Esta alegría es fruto del Espíritu. Una fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga. Sus miembros buscarán en otra parte lo que no pueden encontrar en casa. Una fraternidad donde abunda la alegría es un verdadero don de lo alto cumpliéndose por ello las palabras del salmo: “Ved que qué delicia y qué hermosura es vivir los hermanos unidos” 

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