En el Oficio divino hay horas que destacan por su valor eclesial y por su importancia para la oración personal. Son los Laudes y las Vísperas, denominadas en la antigüedad «horas establecidas», y consideradas por el Concilio Vaticano II como el doble quicio sobre el que gira toda la Liturgia de las Horas.
El lenguaje de la creación, el día que habla de luz y calor, de energía y vida, y la noche que sugiere frío, sueño y muerte, sigue siendo inteligible para el hombre moderno, secularizado y casi analfabeto para el lenguaje simbólico. El día y la noche, la luz y las tinieblas, tendrán siempre un significado dialéctico capaz de conmover profundamente el corazón humano.
Los Laudes como oración de la mañana tienen un doble significado: santifican el día en su comienzo y hacen memoria gozosa de la resurrección del Señor.
Los Laudes como oración de la mañana tienen un doble significado: santifican el día en su comienzo y hacen memoria gozosa de la resurrección del Señor.
Los laudes matutinos están dirigidos y ordenados a santificar la mañana, como se ve claramente en muchos de sus elementos. En efecto, en la oración de Laudes, los fieles, antes de iniciar las actividades de la jornada, dedican a Dios todas sus tareas, y buscan potenciar su capacidad humana creativa con el impulso santificador de la gracia divina.
Todo lo que es el hombre y todo lo que él produce ha de estar dedicado al Señor durante la jornada, de modo que la gracia divina sea el impulso continuo de la actividad humana. El trabajo aparece como una colaboración con el Creador. Por otra parte, al comienzo del día, cuando el corazón se alegra al pasar de la oscuridad a la luz, se pide «que nuestro espíritu y toda nuestra vida sean una continua alabanza» al Señor, y que «cada una de nuestras acciones esté plenamente dedicada» a Él.
Los Laudes hacen memoria de la resurrección del Cristo, y lo celebran como luz del mundo. La Pascua del Señor se conmemora diariamente en la eucaristía y en los Laudes, la hora en que Cristo pasó de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, verdadera epifanía del Primogénito de entre los muertos (Col 1,15.18; Ap 1,5), el Esposo que sale del tálamo (Sal 18,6) y Primicia de una nueva humanidad (1 Cor 15,20).
Al comenzar el día los Laudes hacen contemplar a Dios como fuente de toda luz y la Iglesia pide ser iluminada por la luz de la Palabra divina que es Cristo. Siendo Cristo «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero», los Laudes invocan también a Jesucristo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
Fragmento extraído del libro :“La Liturgia de la Iglesia” de Julián López Martín editado por Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003.

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