martes, 22 de febrero de 2011

Diferentes formas de encarnar el carisma monástico

Madre Concepción de Alba de Tormes nos habla sobre lo esencial de la vida monástica:

“Todo ser humano tiene una dimensión monástica, pero cada uno la realiza de modo distinto” (R. Panikkar)

Madre Concepción empezó relatando su experiencia personal que le ha llevado a vivir en diferentes comunidades y monasterios, y cómo esta vivencia le ha supuesto un enriquecimiento y oportunidad de tomar conciencia de lo esencial de la realidad monástica.
El hecho monástico es un fenómeno humano, universal, y no supone un añadido a su existencia. Es expresión de sí mismo y desde sí mismo. Toda vocación monástica, por consiguiente, tiene en común la dimensión de búsqueda, soledad, silencio y el encontrarse con uno mismo. Al monje cristiano benedictino es el seguimiento de Jesucristo lo que le determina y autentifica.
Vamos guiados por el camino del Evangelio en retorno a nuestra situación original según el espíritu de la Regla de San Benito. Buscamos lo genuinamente cristiano bebiendo en las fuentes de la iglesia primitiva, quien para San Ireneo de Lyón es “La cámara del tesoro, donde los apóstoles han depositado la Verdad que es Jesucristo”.

Los monjes y monjas son de cada época, amasados en su contexto sociocultural, y por eso desean enriquecerse con lo mejor del presente pero evitando todo aquello que devalúa la propia identidad.

La familia monástica es el lugar donde se suman las diferencias inventadas y las indiscutibles, y lo que nos ayuda el octavo grado de humildad para luchar contra la autoafirmación. Por el contrario perseguir la uniformidad es algo artificial, que no resiste a la prueba del tiempo.
Lo sólido no necesita defensa, y eso nos ocurre cuando buscamos la hondura de nuestra vida monástica y somos capaces de explicitar sus valores, que siguen siendo necesarios en nuestro tiempo.

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