Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra Angular, que haces
de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
En estas antífonas, la Iglesia , no sólo se dirige al Hijo de David, al caudillo de la casa de Israel, sino a aquél que se ha impuesto ya al conjunto de las naciones como soberano suyo y Señor y que, a causa de este mismo título, sigue siendo el objeto de su deseo y de su espera hasta se haya consumado la salvación del género humano.
Cristo, que, en este edificio del cual constituye la piedra angular , supo reunir en un solo cuerpo a los judíos y a los gentiles, es el mismo que debe volver aquí, como vencedor , para acabar su obra y salvar definitivamente a la criatura que, en la creación, sacó del barco de la tierra y formó con sus manos divinas.
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