A nadie más que al monje le resulta familiar la parábola del silencio.
Tal como él pareciera advertirla, esa parábola se despliega entre el silencio de Dios y el silencio ante Dios.
El
silencio de Dios impera
donde la sed de poder ha convertido al hombre en un ser hostil al misterio de
su propia creación. El silencio ante Dios, en cambio, r...eina donde el hombre, liberado
de su despótico afán de supremacía, logra reconocerse como criatura y recupera,
de ese modo, la presencia de su Creador.
Podría afirmarse, entonces, que la fe monástica transfigura al hombre que
presume saberlo todo en el hombre que se sabe ante la imponderabilidad del
Todo. Y dígase de paso que el hombre que presume saberlo todo no es,
necesariamente, aquel que para todo cree tener explicación sino aquel que, para
todo, asegura que debe haber explicación; aquel, en suma, que sobrestima el
poder de sus facultades comprensivas y homologa el campo de lo real sólo a lo
que a él le ha sido dado concebir como tal.
(Texto de Santiago Kovadloff)
Precioso
ResponderEliminarSeñor, Maestro y Compañero, Jesús de Nazaret. Hijo de Dios e hijo de María: ¡escúchanos! Tú que llamaste a los Doce, en la hora primera de la Iglesia y nos enseñaste a pedir brazos para la mies que es mucha.
ResponderEliminarGracias por este espacio